Yo trabajé dos meses como intérprete en el tribunal de inmigración. Durante abril y mayo de este año. Me fui de allí hace un mes más o menos. Nunca escribí nada de esto.
Un día, uno de los amigos de los comparecientes me atacó en el pasillo del edificio. Me escupió varias palabras, algunas muy hirientes pero lo que más me dolió fue el hecho de que me cuestionara mi dominio del español. Me dijo, Where'd you learn your fuckin' Spanish? Como ya he estudiado un chingo sobre la interpretación y el profesionalismo y otras madres, ya sabía de memoria la ética del intérprete y en primer lugar está el refrán de no involucrarse en las situaciones ajenas ni emocionarse por algo que no le corresponde a uno. Entonces como ya me había entrenado un chingo de tiempo, nada más para poder encarar una situación así, yo no le dije nada. Pues, además como me lo dijo en inglés, me sacó mucho de onda. Y la verdad, yo ya me había enojado, acelerado un chingo también. El juez de inmigración le había dado una orden de expulsión a su amigo, pues salida voluntaria, pero de todos modos, su amigo se tenía que ir. Para decirlo así, tenía por qué estar enojado y a lo mejor sabía que yo no tenía nada de poder y pues se enojó conmigo. No hice nada como para contestarle al muchacho. Me fui.
Pero la situación me puso de muy mal humor. Medio me friqueé, siendo tan gringo-buena-onda-payasito que soy. Después de tanto tiempo de haberme echado físicamente en marchas, manifestaciones, reuniones progresistas, congresos, la madre, había terminado leyéndole a un indocumentado en español (un español pocho y forzado además) una orden de expulsión del país. Literalmente, había llegado a ser la persona que odiaba.
En un momento así, no sirve mucho decir que yo no era la persona que dictaba la orden, porque en la mente de ese compareciente yo sí que era la cara de la Migra. Bigotón, con lentes súper nerd, en corbata y traje de H&M. Sin vergüenza. Y pues en ese momento me di cuenta del poder del decir, del habla. O sea, que el intérprete no sólo dice una cosa o traduce una cosa, sino que el intérprete encarna todo lo dicho y a fuerzas lo lleva en su voz, en su cara, en su cuerpo. Claro que bien podría establecer una barrera y decir que lo personal iba a quedar de un lado y lo profesional de otro. Pero eso jamás me ha funcionado bien.
Ni modo. Lloré ese día. Por sucio. Ya no lloro. Pero ya no trabajo en los tribunales de inmigración. Por ahora, tengo otro jale.
Un día, uno de los amigos de los comparecientes me atacó en el pasillo del edificio. Me escupió varias palabras, algunas muy hirientes pero lo que más me dolió fue el hecho de que me cuestionara mi dominio del español. Me dijo, Where'd you learn your fuckin' Spanish? Como ya he estudiado un chingo sobre la interpretación y el profesionalismo y otras madres, ya sabía de memoria la ética del intérprete y en primer lugar está el refrán de no involucrarse en las situaciones ajenas ni emocionarse por algo que no le corresponde a uno. Entonces como ya me había entrenado un chingo de tiempo, nada más para poder encarar una situación así, yo no le dije nada. Pues, además como me lo dijo en inglés, me sacó mucho de onda. Y la verdad, yo ya me había enojado, acelerado un chingo también. El juez de inmigración le había dado una orden de expulsión a su amigo, pues salida voluntaria, pero de todos modos, su amigo se tenía que ir. Para decirlo así, tenía por qué estar enojado y a lo mejor sabía que yo no tenía nada de poder y pues se enojó conmigo. No hice nada como para contestarle al muchacho. Me fui.
Pero la situación me puso de muy mal humor. Medio me friqueé, siendo tan gringo-buena-onda-payasito que soy. Después de tanto tiempo de haberme echado físicamente en marchas, manifestaciones, reuniones progresistas, congresos, la madre, había terminado leyéndole a un indocumentado en español (un español pocho y forzado además) una orden de expulsión del país. Literalmente, había llegado a ser la persona que odiaba.
En un momento así, no sirve mucho decir que yo no era la persona que dictaba la orden, porque en la mente de ese compareciente yo sí que era la cara de la Migra. Bigotón, con lentes súper nerd, en corbata y traje de H&M. Sin vergüenza. Y pues en ese momento me di cuenta del poder del decir, del habla. O sea, que el intérprete no sólo dice una cosa o traduce una cosa, sino que el intérprete encarna todo lo dicho y a fuerzas lo lleva en su voz, en su cara, en su cuerpo. Claro que bien podría establecer una barrera y decir que lo personal iba a quedar de un lado y lo profesional de otro. Pero eso jamás me ha funcionado bien.
Ni modo. Lloré ese día. Por sucio. Ya no lloro. Pero ya no trabajo en los tribunales de inmigración. Por ahora, tengo otro jale.