Hace unas semanas, puse un textito en el blog. Aztlán. Ya lo retrabajé, y lo quería poner aquí en su forma nueva. Revisión traducción experimentación.
¿Ón tá Aztlán? ¿Pallá? Sí. Pallá.
Y señalo allá en la distancia brumosa, dominada por las columnas de los rieles del Metrorrey. Lejos se ven las lomas amontonadas a lo largo de los siglos y milenios ondulando en el cielo dejando sus huellas antropomorfas. La naturaleza de los árboles asomándose a unos kilómetros detrás de las carpas y muros de cimiento y techos. Los rayos del sol calan el rodante y no podríamos estar más cerca a lo que antes era a o lo que antes se conocía como la tierra de la garza blanca. Quién diría que un tratado pudiera llegar a definir una tierra de guerreros fantasmas y otros marginales. Niños pequeños aprietan sus caras contra el vidrio para ver el horizonte urbano rascacielos caídos a menos.
Una infinidad de techos abanicos sillas y mesas de metal abandonadas. En el cerro una colonia se levanta cada día más alta. Hay carros por allá arriba. Y tú no ustedes frente a mis ojos con los cinturones blancos mezclillas impecables. Una solitaria rasta que sale de la nuca me distrae. La manera de hablar de caminar de moverse en el espacio. Todos van al paraíso clasemediero. Un ritmo tenebroso del esperar y el mirar. No estoy mirando su juventud ni su vitalidad. Su neón no me paraliza. Se lo prometo.
No te vas a llevar la cartera. Andamos entre el pantano y la sierra y la ubicación es lo único que todavía nos pertenece y nos define. Lo único que se puede nombrar. Lo que falta es la respuesta. Aún si me contestaras con lo más básico. Me bastaría.
La tierra de las garzas está por allá. Sí, Señor. Camínale por allá un ratito. Llegas luego luego.
Aztlán
¿Ón tá Aztlán? ¿Pallá? Sí. Pallá.
Y señalo allá en la distancia brumosa, dominada por las columnas de los rieles del Metrorrey. Lejos se ven las lomas amontonadas a lo largo de los siglos y milenios ondulando en el cielo dejando sus huellas antropomorfas. La naturaleza de los árboles asomándose a unos kilómetros detrás de las carpas y muros de cimiento y techos. Los rayos del sol calan el rodante y no podríamos estar más cerca a lo que antes era a o lo que antes se conocía como la tierra de la garza blanca. Quién diría que un tratado pudiera llegar a definir una tierra de guerreros fantasmas y otros marginales. Niños pequeños aprietan sus caras contra el vidrio para ver el horizonte urbano rascacielos caídos a menos.
Una infinidad de techos abanicos sillas y mesas de metal abandonadas. En el cerro una colonia se levanta cada día más alta. Hay carros por allá arriba. Y tú no ustedes frente a mis ojos con los cinturones blancos mezclillas impecables. Una solitaria rasta que sale de la nuca me distrae. La manera de hablar de caminar de moverse en el espacio. Todos van al paraíso clasemediero. Un ritmo tenebroso del esperar y el mirar. No estoy mirando su juventud ni su vitalidad. Su neón no me paraliza. Se lo prometo.
No te vas a llevar la cartera. Andamos entre el pantano y la sierra y la ubicación es lo único que todavía nos pertenece y nos define. Lo único que se puede nombrar. Lo que falta es la respuesta. Aún si me contestaras con lo más básico. Me bastaría.
La tierra de las garzas está por allá. Sí, Señor. Camínale por allá un ratito. Llegas luego luego.