En el Álamo no habremos de dejar ni un sobreviviente, tal como se hizo hace más de cien años, cuando nuestros antepasados acabaron con todos, incluso con el más cobarde de ellos, un pobre diablo que se escondió tembloroso bajo su cama, y que al ser sorprendido imploró perdón de rodillas. Pero ninguna piedad habría para un robapatrias, y el metal le entró por la carne y el gringuito gritó y lloró y se sumió en contorsiones.
- David Toscana, El Ejercito Iluminado (2006), 111